Algo está ocurriendo en nuestra sociedad para que tantos adolescentes y jóvenes comiencen a sentir síntomas de depresión y de ansiedad. Nuestra forma de vida está cambiando con una rapidez inusitada. La revolución tecnológica con su inmediatez, con sus redes sociales, con la exposición constante e inmensa, con el control que ejercen especialmente sobre los jóvenes… La exigencia inusitada acerca de todo lo que tienen que saber y de todos los títulos que “deben” acumular para acceder a un puesto de trabajo, los horarios imposibles que han vivido durante su infancia y adolescencia…

Nuestros jóvenes empiezan a languidecer demasiado pronto. Han accedido a informaciones muy detalladas y desde muy niños acerca de tantos problemas, tantas dificultades…que quizá no hayan sido capaces de extraer conclusiones positivas y motivantes, más bien al contrario.

Sienten que no serán capaces de cumplir las expectativas que nosotros, los padres, hemos asumido quizá arrastrados por esa información catastrofista y súper exigente que se distribuye a través de los medios de comunicación. Y entristecen unos y se angustian otros, los más entristecen y se angustian.

Debutan con síntomas de depresión y ansiedad a edades en las que les correspondería sentir ilusión, fuerza y ganas de salir al mundo y cambiarlo. Algo estamos haciendo mal y, como no podemos cambiar a la sociedad, yo propongo que cambiemos nosotros y les ofrezcamos ese cambio a nuestros hijos. Que dejemos de exigirnos tanto a nosotros mismos y a ellos. Que les dejemos vivir vidas que merezcan ser vividas, que sientan nuestra confianza en ellos, que les demos tiempos de descanso, de relax, tiempos de calidad, vividos con alegría y con ilusión.

De qué nos sirve educar hijos hiper responsables y súper estudiosos que no se permiten a sí mismos fallar. De qué crear expectativas que no son capaces de cumplir y que se les vendrán encima como losas. Empleemos el sentido común, el amor, la aceptación completa y la alegría, siempre la alegría, mientras estén a nuestro lado.

Pero, entre todas las propuestas que se me ocurren para mejorar el futuro de nuestros hijos, me quedo con la que me parece más bonita y, quizá, hasta romántica, pero no por ello descabellada: miremos a nuestros hijos siempre con ese amor que da alas, tratémoslos como los seres humanos maravillosos que están llamados a ser.

Trata a un ser humano como es y seguirá siendo lo que es, pero trátalo como puede llegar a ser y se convertirá en lo que está llamado a ser”. Goethe

Pueden porque creen que pueden”. Virgilio