Continúo mi senda de reflexiones, con una palabra que, a mí personalmente, me cuesta mucho llevar a la práctica. Yo no soy de esas personas que se rinden, no lo he hecho nunca. Aunque, a ratos, me permita licencias y me permita llorar…y hasta patalear.

Pero esta cualidad de mi forma de ser, y de tantas otras personas, es un arma de doble filo. Por una parte, me mantiene muy despierta en la vida, soy reflexiva y resolutiva. Y, por supuesto, me ha llevado a conseguir cosas que -a priori- podían parecer incluso peregrinas. Soy muy estudiosa y me gusta conocer los entresijos de cada aspecto de la vida.

Y está también, cómo no, la cara B. La que nunca queremos ver y con la que nunca nos gusta bailar. Pero ahí está y, en mi caso, me ha llevado a luchar contra muchos elementos. Me ha llevado a darme “chocazos” más o menos inmensos, a intentarlo todo y a luchar mucho…pero contra molinos de viento. En definitiva, a perder muchas energías, que podría haber empleado en, por ejemplo, aprender a aceptar.

Claro que soy hija de una época en la que se nos inculcaba el valor del trabajo y de la perseverancia y hasta de la lucha. Y yo he sido muy de luchar. Pero es que podemos aprender a distinguir. Y podemos dejar de luchar. Y empezar a aceptar. Aceptar que ya no tengo 20 años, ni 30 y ni siquiera 40, que ahora estoy en otra etapa de la vida, con mucho más conocimiento, pero con menos energía física.

Aceptar que nuestros hijos no son como nosotros habíamos imaginado que serían, que existe la enfermedad y la muerte física. Que no siempre tendremos el trabajo maravilloso que habíamos soñado y tantas cosas más.

Pero no me refiero a aceptar en el sentido de conformarse ni de buscar algo mejor, ni siquiera en el sentido de sentarnos a esperar cruzados de brazos. No. Me refiero a comenzar aceptando, por ejemplo, que nuestro hijo es disléxico. El primer paso es aceptarlo, no cerrar los ojos y los oídos y pensar que esas cosas sólo les ocurren a los otros. Porque, de esa manera, no podremos ni siquiera ayudarlo y comprender en qué situación se encuentra.

Aceptar tiene más que ver con la humildad, con esa mirada mansa que nos impulsa a dar el primer paso de una forma mucho más acertada. Porque, pongamos por caso que no acepto que mi hijo es disléxico, cómo voy a poder ayudarle, cómo voy a comprender que le cueste tanto leer… Sin embargo, una vez que acepto que mi hijo es disléxico, puedo buscar soluciones acertadas, paso a paso.

Estaría bien aceptar que estamos en otoño, aunque a mí lo que me guste sea la primavera, que hoy me toca hacer la comida, aunque preferiría salir a pasear y que vivo en Madrid, aunque a veces me gustaría ver la naturaleza viva a través de mis cristales.

Hoy yo acepto, incluso, que puedo estar equivocada…jeje. ¿Qué pensáis vosotros del tema?