Hace unos días viví, probablemente, uno de los momentos más intensos de los últimos tiempos…reunión de antiguas compañeras de colegio, en Sevilla, mi tierra. No necesito grandes cosas para vivir, así que mi pequeña maleta y yo atravesamos la distancia que nos separa de mi infancia y allí nos plantamos…con la ilusión como compañía inevitable y desbordante.

Y a mí, que me gusta explicarlo todo con palabras y que nunca me ha resultado complicado hacerlo, resulta que ahora me faltan las palabras. Porque lo que viví, lo que vivimos, forma parte de las cosas que puedes sentir intensamente, que se quedan en el alma y en el corazón, pero que no soy capaz de transmitir en su intensidad.

Pocas veces me ocurre, pero el pasado lunes, en Robles Placentines, no me faltaba nada, ni me sobraba. Viví ese tipo de sensaciones que se tienen cuando piensas “éste es mi lugar, aquí pertenezco, todo está perfecto…ojalá se detenga el tiempo”. Y se detuvo, porque aún vive conmigo.

Mis compañeras de colegio despiertan en mí sentimientos profundos, como si el corazón se expandiera y fuera capaz de pensar sólo cosas bonitas, de sentir sólo buenos deseos, de recordar sólo la parte dulce, tierna y risueña de la niña que fui. Hay un hilo, no sé si rojo o dorado, que nos mantiene unidas, tantos años después y después de tantos años.

Y sé que la vida nos unió en ese colegio por algo y para algo…lo comprendí nada más volver a verlas. Porque lo que flotaba en esa reunión de la semana pasada era algo más que viejos recuerdos, que también. Lo que allí se manifestó es que, más allá de las lecciones académicas que compartimos tantos años, nuestro colegio dejó en nosotras un poso de alegría, de generosidad, de ingenuidad incluso…que nos hizo entender el mundo de una manera que compartimos.

Me consta que la vida nos ha hecho saber ya que no es el sueño idílico que seguro que todas tuvimos en esa niñez. Que da zarpazos, a veces muy sangrantes…y que regala alegrías que, a veces, lo llenan todo. Pero, al asomarme a sus ojos…veo cariño, sinceridad, entrega, tolerancia, generosidad, esperanza, fe…

No somos perfectas, faltaría más, pero yo sé que en nuestro cole, nuestros profesores (que tampoco eran perfectos) dejaron algo muy bonito en nuestras almas…algo que yo pude tocar en el aire de mi Sevilla el otro día. Nos hicieron creer que podemos mejorarnos cada día, cada minuto del día. Y podemos agradecer lo mucho que tenemos y lo mucho que nos ha sido concedido. Nos hicieron el gran regalo de plantar en nuestras almas las semillas del perdón (espero que también a nosotras mismas), de la esperanza y del amor.

La semana pasada, entre risas, abrazos, recuerdos, cantes y bailes, me llegó el mensaje que hoy quiero transmitir aquí:

elijamos el mejor colegio para nuestros hijos, porque dejará en sus almas la fuerza necesaria para vivir. Y no me refiero al colegio que más exámenes exija por trimestre, al que aparezca en todas las listas por mejores notas de selectividad o al que más les enseñe a competir con los demás.

Busquemos para nuestros hijos un colegio que les enseñe a competir con ellos mismos, que les enseñe a quererse y a querer, a respetarse y a respetar, a perseguir sus sueños y a soñar, a perdonarse y a perdonar…Un colegio que les dé armas para la vida y que les llene el alma de vida. De los otros colegios ya hay demasiados y nuestros hijos, como nosotros, merecen lo mejor.

Gracias a mi colegio por dejarme ese poso de esperanza que nunca se acaba, gracias a mis compañeras por ser como son y por habernos reído tanto juntas. Brindo por lo que nos queda por vivir, por las veces que nos volveremos a reír.

Salud y suerte, amigas del alma.