Ser madre es un acto de amor, sólo así lo concibo. Ser madre, ser padre, es un acto de amor infinito y desinteresado siempre, no puede ser de otra manera. Cuando me preguntan qué espero de mi hijo o me sugieren que un hijo debe, de alguna manera, devolver a sus padres lo que ellos han hecho por él, no lo comparto.

Yo espero de mi hijo que encuentre y siga su camino, que encuentre el verdadero sentido de su vida, que la vida no sea dura con él, que quiera mucho y que le quieran mucho, que se quiera por encima de todas las cosas y que se respete, que esté seguro de que sus padres siempre estarán a su lado para apoyarle, para aplaudirle y también para ser sinceros cuando intenta confundirnos o confundirse.

No espero nada y lo espero todo. No necesito que esté a mi lado, que estudie una cosa determinada, que su pareja sea de mi agrado. No necesito sus halagos, ni sus regalos. Por eso digo que no espero nada. Deseo, a veces desesperadamente, ver esa sonrisa que se le dibuja cuando está entusiasmado y feliz, oír su voz chispeante que lo llena todo. Entonces puedo descansar, entonces creo en todo y en todos.

Es un acto de amor sin medida, porque de mi hijo espero poder desapegarme, más pronto que tarde, para no ser nunca un lastre en su vida. Incluso aunque mi corazón me pida estar atada a él eternamente…y eternamente lo estaremos, pero le dejo libre, también de corazón.

Espero que sepa que tiene una madre libre, que le quiere libre.

Ser madre lo resume todo, es un ciclo completo de vida. He librado muchas batallas como madre en esta vida (batallas que, al final, siempre libré conmigo misma). Aún sigo inmersa en alguna. Las armas que empleo en mis batallas las tomo prestadas de otras madres, de las que vienen a vernos, de las que creen en sus hijos, en la vida…de las que, sin saberlo ellas, ya lo saben todo.

Bienvenidas siempre, mamás luchadoras!!!, vosotras ilumináis nuestro camino.

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