Esta semana comienzan las clases…un curso más, un año más. Las mochilas cargadas de libros nuevos, de lápices, de reglas, de gomas…pero también de ilusiones, de recuerdos del verano, de deseos de seguir jugando, de miedo a cómo irá el nuevo curso, a si conseguiré amigos este año, si seré capaz de cubrir las expectativas de mis padres y de mis profes…

Yo tengo sentimientos encontrados cada mes de Septiembre. Recuerdo mis principios de curso, emocionada, deseosa de reencontrarme con mis amigas del cole, abierta a vivir mil y una aventuras nuevas en la nueva clase. Pero también recuerdo los primeros años de colegio de mi hijo, cuando se iba acercando la hora de comenzar un nuevo curso…y volvían los dolores de tripa, los miedos, la desgana…a la vez que se desvanecía la explosiva alegría que le inundaba cada verano. Y aún se me encoge el alma cuando lo recuerdo.

He vivido las dos caras de la moneda…también con mi hijo. Porque el día que decidí cambiarle de colegio y buscarle uno donde se sintiera respetado y aceptado, la tarea de aprender volvió a convertirse en lo que siempre debió haber sido: algo divertido, estimulante y emocionante.

Por eso, cada mes de Septiembre, cuando se acerca la hora de la vuelta al cole, me siento cerca de esos niños que no se sienten aceptados ni comprendidos en su colegio, que no encuentran su sitio, ni sus amigos, ni siquiera el libro que le están pidiendo que coloque sobre la mesa en ese momento. Sé que se sienten muy desubicados y perdidos. Y sé que eso no debería pasar nunca…pero cada vez ocurre más.

Y también me siento muy cerca de los padres que dejan, cada día, a sus hijos en el colegio llorando, pidiendo que no les dejen, inventando o realmente padeciendo síntomas físicos (desde dolor de tripa a palpitaciones, vómitos o dolor de cabeza). Padres que sufren porque sus hijos sufren y que se ven encerrados en un callejón, donde nadie les orienta hacia la salida.

La educación en nuestro país no ha evolucionado a la par que la sociedad, se siguen métodos ya obsoletos y se basa –en una gran parte- en la memorización sistemática, sin acompañar ésta de vivencias y de emociones. No interesa lo que traen los niños ni lo que buscan, interesa el temario que deben superar cada curso. Los maestros están bastante atados y sujetos a las decisiones de la dirección y, en última instancia, del Ministerio. Y, como siempre, cuando un niño no se adapta a la norma preestablecida para su edad, comienzan los problemas.

Es difícil encontrar un colegio en el que los niños que “no se adaptan” se sientan felices.

Quizá en Madrid, alguno en Barcelona…y poco más. El resto debe procurar encontrar ayudas fuera del cole. Por eso, las nuevas técnicas de Reorganización Neurosensorial, los programas de mejora de la entrada-procesamiento-salida de la información, están siendo ese gran apoyo para ellos.

Desde aquí, como siempre, decir que existe luz al final del túnel, que nuestras estrellitas momentáneamente desterradas pueden volver al mar…con la ayuda y el apoyo de sus padres…siempre.