Ayer hablé con una antigua amiga (estudiamos juntas en el cole) y recordamos el tipo de estudiantes que fuimos. Y volví a comprobar que yo fui una niña con lo que hoy denominamos Trastorno por Déficit de Atención (TDA), aunque no presenté dificultades de aprendizaje, pero mis calificaciones siempre estuvieron muy por debajo de mi capacidad real. Y esto es algo que los profesores se encargaban de recordar a mi madre en cada reunión.

Yo entraba en cada clase con la seria intención de atender, por más que no me interesara prácticamente ninguna asignatura. Pero, a los dos minutos de comenzar a hablar la profesora de turno, ya estaba pensando en otra cosa. Y, cuando era consciente (al cabo de un buen rato de pensar en las musarañas), ya me había perdido y decidía jugar a los barquitos con mi compañera o continuar elucubrando sobre lo que haría al salir al recreo o el próximo finde.

Después, al llegar a casa, me resultaba casi imposible reunir la suficiente voluntad como para ponerme a hacer los deberes que me pedirían al día siguiente. Mi mente volaba libre, de aquí para allá, imaginando juegos, y yo necesitaba moverme y dar rienda suelta a toda esa energía que tenía estancada después de cada día sentada hora tras hora, hasta que sonaba la campana de salida.

Quizá ésta sea la razón de que comprenda tan bien, y me sienta tan cerca, de las personas que llegan a Creha sospechando un Trastorno por Déficit de Atención (TDA). Que hoy tiene nombre, pero que siempre ha existido.

Así que, quizá lo primero que debemos saber los padres es que, cuando un hijo “está en las nubes” más tiempo de la cuenta, cuando no se concentra bien y sus notas reflejan esto, no es que sea un vago, es que no sabe ni puede hacerlo de otra manera.

La mejor manera de apoyar a un hij@ que está pasando por una situación como la que yo viví, es comprenderl@, conocer su situación real, estar pendiente de su propia frustración y su decepción consigo mism@. Porque, aunque pensemos lo contrario y quizá hasta ell@s mism@s nos quieran hacer creer que “pasan” de todo, debajo de esas capas de autoprotección que se han creado, hay una autoestima dañada, tal vez muy dañada.

Y, acto seguido, ponernos en manos de profesionales bien formados, que nos propongan actuaciones para ayudar a reconducir a nuestr@ hij@. Porque lo que le ocurre ya lo tenemos bastante claro, incluso antes de que un profesional nos lo confirme. Lo que realmente deberíamos demandar a los profesionales son soluciones reales.

Y eso es lo que ofrecemos en CREHA: soluciones.

Conseguir que est@s chic@s permanezcan concentrados el tiempo suficiente para atender en clase y superar sus estudios, que sus olvidos disminuyan, que su cerebro, en definitiva, esté más organizado y trabaje de una manera mucho más eficiente.
Y, por supuesto, que crean en ellos mismos y recompongan esa autoestima que suelen tener ya bastante dañada.