Cuando estamos inmersos en plenas vacaciones de verano, a los padres nos suele surgir la duda sobre si es el momento –o no- de buscar ayuda para los problemas de aprendizaje que sospechamos o que, quizá, ya conocemos de nuestr@s hij@s.

El verano, en nuestro país, es largo para l@s niñ@s. Son dos meses y medio en los que, básicamente, deberían descansar de actividades escolares, de madrugones y de obligaciones relacionadas con tareas cognitivas.

Es el momento de disfrutar de la vida en familia, de estar en contacto con la naturaleza y de jugar (en el más amplio sentido de la palabra). Porque nuestro sistema escolar olvida a menudo que l@s niñ@s aprenden jugando y que memoria y emoción van de la mano.

Quién puede olvidar aquellos largos veranos de la infancia, en los que construir una cabaña con tus hermanos se convertía en algo que daba sentido a todos esos días llenos de sol y de luz (en mi caso, que soy del Sur, también de un calor denso que lo llenaba y que lo dilataba todo, haciendo la vida más lenta y sosegada).

Nuestr@s hij@s merecen un descanso y desconectar de sus actividades habituales. Y sí, éste es un buen momento –puede que el mejor- para realizarles una evaluación, determinar y delimitar cuáles son sus dificultades actuales e intervenir sobre ellas con una buena terapia. Es el mejor momento, porque ahora están descansados y receptivos, porque nuestras terapias no requieren trabajo cognitivo y porque sólo ocupan 10 minutos –máximo- cada día.

Ell@s merecen saber qué les está ocurriendo y también que les demos las herramientas adecuadas para solventar sus dificultades.

¡Os esperamos! Feliz Verano